El Pais Uruguay

Cuba, dictadura ideológica

Cuando el 1° de enero de 1959 los guerrilleros cubanos ocuparon La Habana decretando el fin del régimen de Fulgencio Batista, el acontecimiento fue entusiastamente recibido en el Uruguay. Fidel Castro y su impetuoso séquito no solamente se declaraban demócratas cabales, ajenos a la guerra fría que enlutaba al mundo, sino que emergían como una fuerza decidida a comenzar un nuevo ciclo que la juventud universitaria latinoamericana reclamaba con urgencia.

Lamentablemente, la ilusión duró poco. Apenas iniciado el proceso, su flamante Presidente un reconocido juez isleño, temiendo por su vida se asiló en la embajada venezolana. Paralelamente, un Comité de “Depuración”, ordenó fusilar a más de quinientos integrantes de la anterior dictadura. Poco después, tan tempranamente como en 1961, Fidel Castro, hostilizado por los EE.UU. se confesó socialista, condición que ratificó en diciembre del mismo año manifestando su adhesión al marxismo leninismo y se confirmó en 1962, cuando en la “crisis de los cohetes.”, la Isla se subordinó a la estrategia de la URSS.

Este inesperado sinceramiento implicó que el llamado a elecciones, prometido en el “Manifiesto de Sierra Maestra”, jamás se cumpliera; pronto en Cuba se prohibieron los partidos políticos opositores así como toda manifestación contraria a la revolución y se penara la vagancia y el homosexualismo. Ello mientras, en medio de la más absoluta represión con centenares de presos se otorgaba el carácter de “fuerza dirigente superior de la Sociedad y el Estado al Partido Comunista Cubano” estableciéndose constitucionalmente “el carácter irrevocable” del socialismo isleño. En los años siguientes, pese a amagues de independencia —particularmente en el apoyo a las guerrillas continentales—, el régimen continuó exhibiendo su monolitismo ideológico y el exilio de sus mejores intelectuales.

En 1968 condenó a los revolucionarios checoslovacos que invadidos clamaban por su libertad, y en 1971 sancionó con prisión al poeta Heriberto Padilla, precisando que si la libertad estaba permitida “dentro de la revolución” nada cabía expresarse fuera de ella. La posterior autoinculpación de Padilla, mostró la faz moscovita de Cuba, ajena al mundo ilustrado.

Mucho más podría agregarse (en una historia aún no concluida), respecto al deplorable relato de las desgracias del comunismo cubano o no cubano. Un devenir que le costó más de tres millones de exiliados, corrupción generalizada y un insólito estancamiento económico. En esas condiciones no cabe extrañar la reacción de la población, que cuando puede, aún abrumada por sesenta años de represión, por estos días se animó a protestar. Como lo hizo, en Hungría, Checoslovaquia, Polonia, China, Alemania, Camboya y en cualquiera de las concreciones del marxismo-leninismo.

Sin embargo el comunismo no es fácil de ser derrocado. No es cualquier dictadura, por más que sea, en sus consecuencias, lo opuesto, lo especularmente inverso a la democracia. Además de un régimen histórico, implica una poderosa cosmovisión global de la vida humana y de su historia. En cambio la democracia liberal, mucho más escueta, resulta una mera forma de organizar, distribuir y legitimar el poder en una comunidad de hombres libres. Aun cuando ello presuponga una base de valores más hondos. Entre ellos la igualdad de sus participantes.

En teoría, como sostiene Bobbio, todos en ella disfrutan de las mismas prerrogativas para la constitución de la “polis”. Por su parte en un nivel analítico más profundo, la libertad democrática remite a un concepto que la subyace: consagra la autonomía, la capacidad de autodeterminación propia de los seres humanos. Cada Homo sapiens está dotado de la facultad de orden biológico-cultural de establecer la forma y los límites de su proyecto de vida, aun cuando está prerrogativa se encuentre condicionada, pero en modo alguno suprimida, por los atributos naturales y la situación histórico social de cada individuo.

La democracia es la mejor forma hasta ahora pergeñada para que hombres y mujeres asociados puedan disponer, en un ejercicio perpetuo e indisponible, tanto en su vida pública como privada, de su autonomía individual. Aun cuando, en el plano político, estas decisiones se manifiesten a través de pronunciamientos colectivos mayoritarios y requieran de instituciones, partidos, mecanismos representativos y de las garantías a las minorías, que toda democracia implica. En suma un conjunto de reglas procedimentales que en tanto suplemento de la autodeterminación individual, carecen de cualquier teoría suplementaria del bien. Es valiosa per se.

La doctrina comunista cubana (como la soviética) basada en el marxismo de inspiración leninista, representa lo opuesto. Constituye una estructurada teoría de lo bueno de postulación metafísica con ciertas características que la acercan a un mensaje mesiánico.

Bajo sus pretensiones de constituir una cosmovisión económica, social, antropológica e histórica, le subyace una convicción fundante: la idea que la socialización de la economía, con la consiguiente extinción de las clases sociales constituye el BIEN SOCIAL ineludible, el único arbitrio para que la humanidad pueda autodeterminarse.

Por ello, una vez alcanzado ese estado con la consiguiente autorrealización de la especie, constituiría un absurdo regresar a una sociedad de clases, aun cuando la misma resultara reclamada por una mayoría. Las revoluciones —proclama— no dependen de ellas.

Y es en este punto donde, más allá de sus diferencias empíricas se encuentra su esencial distancia con la democracia liberal. Esta, constreñida por su finalidad constitutiva —la opción de los hombres de autodeterminarse cuantas veces se lo propongan—, niega que existan condiciones objetivas definitivas para ello. Aun cuando, en un proceso sin fin, cuanto más justa resulte una sociedad, mejor sus integrantes se autodeterminarán. Un extremo que la Constitución cubana impide expresamente, sosteniendo la “irreversibilidad” de su socialismo. Por eso Cuba no es una mera dictadura autoritaria clásica, sostenida por el mero poder, es una dictadura ideológica, la argumentada negación, teoría incluida, del presupuesto básico de la democracia: la inderogable autonomía de los seres humanos.

El régimen costó más de tres millones de exiliados, corrupción generalizada y un insólito estancamiento económico.

EDITORIAL

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2021-07-31T07:00:00.0000000Z

2021-07-31T07:00:00.0000000Z

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