Dicen que todo está mal. Que desde la crisis de 2002 no se veía a tantos uruguayos pasando hambre. Que cada vez hay más ollas populares. Que en cualquier momento vemos, de nuevo, a niños comiendo pasto.

Dicen que la situación económica está cada vez peor. Que falta trabajo (aunque el desempleo es hoy 2,4% menor al que dejaron). Que los sueldos no alcanzan para nada y que cada vez son menos los que llegan a fin de mes. Que el consumo se ha derrumbado. Que la inflación está fuera de control y que el gobierno no hace nada.

Dicen que la inseguridad nunca fue mayor. Que ya no se puede salir a la calle. Que ya se extraña a Eduardo Bonomi.

Dicen que se están vaciando las empresas públicas. Que se ha puesto de rodillas a Antel, tirando por la borda todo lo que hizo Carolina Cosse. Que Ancap nunca estuvo peor, ni en los tiempos en que, gracias a la gestión de Daniel Martínez y Raúl Sendic, hubo que capitalizarla en más de 900 millones de dólares para que no colapsara.

Que UTE no invierte lo que debería. Que volvieron los apagones. Que OSE quiere entregar el agua a privados.

Dicen que el gobierno impulsa una transformación educativa “de terror”. Que la reforma de la seguridad social que se propone está diseñada para que sean los trabajadores los que paguen los costos de los cambios.

Que se persigue a los sindicatos. Que se criminaliza la protesta social. Que un gremio ya no es dueño de hacer un piquete o de ocupar un centro de estudios o una empresa. Que se gobierna para “los malla oro”. Para las cámaras empresariales. Para el gran capital. Para los dueños de la tierra.

El relato está instalado. El gobierno es insensible y solo hay que contar los días para que el Frente Amplio y el Pitcnt (sí, ambos) vuelvan al poder. Pero hasta que eso no acontezca, cada día cuenta. Cada protesta es urgente. Cada paro contribuye. Cada movilización desgasta.

No hay que dejar pasar ninguna oportunidad para desgastar al gobierno. Ni una sola. Ya están sintiendo el rigor. Pero no hay que aflojar. Desde el rechazo a la intervención de un club de fútbol que viola sus estatutos hasta la lucha sindical que provoca escasez de productos lácteos, todo sirve. Todo suma. Todo permite acumular fuerzas.

¿Y del otro lado? El presidente es, con distancia, quien mejor defiende la gestión de este gobierno. ¿Pero no debería tener más compañía? ¿No se necesitarían más funcionarios que no solo comuniquen mejor lo que están haciendo, sino que estén dispuestos a enfrentar las críticas con argumentos y datos en la mano, a dar la pelea en defensa de sus acciones y realizaciones? Porque algunos hay. ¿Pero no son pocos?

¿Alcanza simplemente con hacer las cosas bien? ¿O ante al relato de la desesperanza, el miedo y el desánimo del Frente Amplio y el Pit-cnt debe plantarse otro, sustentado en hechos, en concreciones, en indicadores, en realidades, que sea capaz de transmitirle a quienes votaron a este gobierno que, aunque no todo está bien, muchísimas cosas están mejor?