El Pais Uruguay

Presente y futuro de la ciencia para cuatro referentes

Rafael Radi, Gonzalo Moratorio, Flavio Caiafa y Carlos Batthyány

KAREN PARENTELLI AL MANDO DEL PASTEUR. A Batthyány le sobran títulos universitarios, pero es un

Fueron meses y meses en los que sus caras y voces aparecían casi cada día en los medios de comunicación. Pero la pandemia parece haber pasado y, con la vuelta a la normalidad, los científicos regresaron a sus laboratorios y oficinas. Ahora bien, ¿piensan que existe suficiente inversión en ciencia? ¿Debe haber “otros GACH” para ayudar a los políticos a tomar decisiones? Esas y otras preguntas fueron respondidas a El País por cuatro de los principales referentes del sector. El excoordinador del GACH, Rafael Radi, dijo desde su casa en el Prado que “el país está en una encrucijada y tiene una ventana de oportunidad que no debería dejar pasar”, que es “capitalizar la experiencia del asesoramiento científico en pandemia, para estructurar formalmente la posibilidad de asesorar en otras áreas”. Agregó que hay que pensar en que los científicos extranjeros “se instalen acá” porque “Uruguay puede ser un espacio por su calidad de vida, por su democracia y por el nivel de desarrollo humano”. En una pausa en un congreso en Málaga, España, el virólogo Gonzalo Moratorio opinó que tras la pandemia “no se visibilizó el rol de la ciencia, sino que simplemente quedó todo preso de lo coyuntural y de una necesidad inmediata de respuestas”. Desde Israel donde participó en largas jornadas de reuniones con pares, el presidente de la ANII, el ingeniero Flavio Caiafa, puso un ejemplo para explicar por qué se necesita ciencia nacional: “No podés depender en todo del exterior. Basta mirar lo que está pasando por la guerra. La dependencia energética de Europa del gas ruso era tal que ahora están en una crisis aguda”. Carlos Batthyány, director del Institut Pasteur, afirmó en su oficina en Malvín Norte que Uruguay debería invertir un 4% del PIB en ciencia por 30 años.

El mundo se paró por un peligroso virus que terminaría matando a millones y millones de personas en todo el globo. Nos acostumbramos muy rápido a contabilizar cifras diarias de enfermos, recuperados y fallecidos. A entender probabilidades y estadísticas. Aquello fue para algunos un estado de guerra interno con un enemigo desconocido, que generó muchísimo miedo y puso a la ciencia en la primera línea de batalla.

En medio de todo ese ruido y tanta incertidumbre, el presidente Luis Lacalle Pou tomó una de las primeras decisiones que marcó el rumbo que el Poder Ejecutivo llevó durante la pandemia: convocar a un conjunto de expertos en ciencias para que pudieran asesorar al gobierno en las decisiones sanitarias. Se trata del famoso Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), que tuvo su momento de gran auge y fue fundamental en la historia sobre cómo Uruguay pasó el covid. Pero ahora, cuando hay que tomar otras decisiones políticas y en plena discusión parlamentaria sobre la Rendición de Cuentas, todos los sectores de la innovación y tecnología son claros en un reclamo hacia el gobierno: el presupuesto asignado no es suficiente, se necesita más inversión.

Dos años y medio después de la pandemia, las voces de los científicos ya no salen en los programas de radio que marcan los temas del día. Ellos tampoco ocupan los títulos de los diarios ni aparecen en los estudios de televisión en el horario central. Pero siguen trabajando en sus laboratorios y oficinas, investigando para intentar mejorar el futuro, construyendo respuestas a problemas que quizás ni saben que existen.

Las secuelas de la pandemia se mezclan con problemas socioeconómicos del país, pero la emergencia sanitaria terminó. En este informe, El País consulta a algunos de los principales rostros de la ciencia durante esos dos largos años.

El presidente de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) Flavio Caiafa habla desde Israel, en un hueco entre recorridos y ponencias. Carlos Batthyány en su despacho del Pasteur, el instituto que dirige, en Malvín Norte. El excoordinador del GACH Rafael Radi en su casa en el Prado, después de haber dictado una conferencia sobre ciencia en pandemia en la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, fundada por Galileo Galilei. El premiado Gonzalo Moratorio en Málaga, España, representando a Uruguay en un congreso de la Sociedad Española de Virología.

¿Existe suficiente inversión en ciencia? ¿Qué falta? ¿Tiene que haber otros “GACH” en diversas áreas, para ayudar a los políticos a tomar decisiones certeras y con base? ¿Por qué Uruguay, siendo un país pequeño, debe generar conocimiento? Aquí sus respuestas.

EL PRESIDENTE DE LA ANII. A fines de la década de 1980 Israel generó un sistema de apoyo sólido a la ciencia. En aquella época pasó de tener una inflación anual altísima a ser una economía pujante. El mismo Estado que Uruguay mira con atención para imitar el modelo de crecimiento económico sostenido basado en la ciencia. No es anecdótico que el ingeniero que preside la ANII, Caiafa, hable desde ese sitio con El País.

Caiafa pone un ejemplo de contexto mundial para explicar por qué se necesita ciencia nacional. “No podés depender en todo del exterior. Basta mirar lo que está pasando en Europa con la situación que se generó por la guerra de Rusia y Ucrania”, dice, “la dependencia energética de Europa del gas ruso era tal que ahora están en una crisis aguda”.

El presidente de la ANII responde en medio de una larga jornada de reuniones con pares. Hace unos minutos se bajó de un taxi porque el conductor no hablaba inglés y tuvo que tomar otro. Entonces cuenta que hay muchos ejemplos que explican cómo científicos uruguayos crean condiciones que generaron valor agregado en materias primas y servicios.

“La productividad del arroz en Uruguay es una de las más altas del mundo, y esto es gracias a las investigaciones que se hicieron en el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Que seleccionaron de forma sistemática y científica variedades de cultivares, tomando en cuentas las condiciones del suelo y del agua de Uruguay”, afirma. En este caso incrementaron el valor de exportación y colocaron al arroz nacional en los mercados más exigentes. Es decir, generaron valor agregado gracias a la ciencia.

La ANII está elaborando un proyecto para centrarse en tres áreas estratégicas, ya que hoy son ocho más tres complementarias. “Terminás invirtiendo en muchas áreas y a la vez en ninguna en particular, entonces eso no mueve la aguja”, asegura Caiafa. Esas tres áreas son: tecnología digital avanzada (“que engloba inteligencia artificial y IOT o Internet de las cosas”), biotecnología (lo que incluye las llamadas ciencias de la vida en general, la salud humana y animal, seguridad alimentaria y también farmacia) y el concepto de economía verde, o sea el hidrógeno verde, energías renovables, economía circular y cambio climático.

LÍDER DEL GACH. Los científicos fueron fundamentales por dos años en los que se los consultó por todo. ¿Tapabocas doble, sí o no? ¿El virus se transmite por contacto o por aire? ¿Podemos reunirnos y con cuánta gente? ¿Qué efectos secundarios tienen las vacunas y cuán seguras son? ¿Cómo las crearon tan rápido?

El GACH dio respuesta gracias al estudio rápido que pudo hacer de la evidencia internacional, comparándola con la realidad local. Y con científicos uruguayos con formación e investigación en las áreas donde se estaba generando nuevo conocimiento por el covid.

Para Radi, quien lideró el GACH y hoy es el presidente de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay, este no es un momento cualquiera, estamos en plena discusión de la Rendición de Cuentas. “El país está en una encrucijada y tiene una ventana de oportunidad que no debería dejar pasar. Esa ventana de oportunidad es capitalizar lo que fue la experiencia del asesoramiento científico en pandemia, para estructurar formalmente la posibilidad de asesorar en otras áreas de actuación”, afirma.

—¿Hay que generar otros GACH?

—No precisamente eso, sino que el sistema político piense qué lugar le quiere dar a la ciencia. Obtener asesoramiento científico para mejorar la calidad de las decisiones políticas. Entender la inversión, para no ser vista como un gasto. Ampliar la mirada y entender que los fondos podrán ser vistos en resultados tangibles: más estudiantes, más investigadores. Y que estos no son logros individuales, sino colectivos.

Radi, bioquímico y biomédico, es claro en su discurso y dice que se debe “apostar desde lo presupuestal”, ya que “existe un gran debe al desarrollo potente del sistema, con nuestra sociedad y sobre todo con los jóvenes con vocación para la ciencia” en el país.

El presidente de la Academia Nacional de Ciencias tiene esperanzas en que el presupuesto necesario llegue, y entonces lo pone en metáforas futbolísticas: “Como deseamos para el fútbol, que el partido que el país aún debe jugar en relación a la apuesta decisiva a la ciencia y el quehacer científico, lo haga sin titubeos, en forma consistente y con la mentalidad de desplegar todo su potencial”.

—Pero acá no estamos hablando de un partido, sino de una apuesta de largo aliento…

—Hay que pensar en procesos que pueden llevar 10, 20, 30 años. El Estado no solo debe impedir la pérdida de capital científico de alto valor, sino manejar la posibilidad de que extranjeros se instalen acá. Uruguay puede ser un espacio por su calidad de vida, por su democracia y por el nivel de desarrollo humano, que capture científicos de otras latitudes. Si las instituciones tienen suficiente financiación y condiciones, esto se podría dar.

El científico usa la palabra “paréntesis” para describir el lugar en el que estamos. Cree que “los tiempos empiezan a apremiar porque los dos primeros años en el gobierno la pandemia consumió mucha energía”.

Pero tiene confianza y es un hombre optimista, que espera que el asesoramiento científico que ocurrió en los años anteriores no pase a ser simplemente una anécdota sino que algo de eso haya permitido entender que la ciencia mejora la calidad de las decisiones. Pero “hoy la respuesta no está en la cancha de la ciencia, se encuentra en la cancha de la política”, afirma Radi.

“Los científicos deben asesorar en diversas áreas, hay que estructurar esa posibilidad”, afirma Radi.

hombre que habla con palabras sencillas. Su despacho de director ejecutivo es un hermoso conjunto de tres paredes y un ventanal, donde la decoración está marcada por fotografías sacadas por el uruguayo Martín Rius, un paciente que falleció con esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Sin movilidad en sus manos, editó las fotos con un dispositivo de control ocular. Sus fotos formaron parte de una actividad del ciclo Pasteurizarte, organizado con la fundación Tenemos ELA. Son tomas con un fuerte contraste de colores, impresas en distintos tamaños.

Ciencia y arte se mezclan en el despacho de este doctor en medicina, con doctorados en bioquímica e investigación en dos universidades distintas de Estados Unidos. Antes de conversar con El País, Batthyány recorre el instituto y saluda a los colegas con los que se cruza.

—¿Qué rol tiene que tener la ciencia en este momento de la historia?

—El del ser el motor para transformar la cadena productiva de valor del país, con la capacidad de generar productos con valor agregado a través de la investigación, el conocimiento y entonces poder transformar la sociedad. Tenemos que ser los mejores, no nos podemos conformar con el “más o menos”. Yo no puedo ir al médico y que me atienda más o menos. No, no nos resignemos. No nos podemos acostumbrar a que las calles estén más o menos. Tenemos que ser los mejores.

“Después de la pandemia no se visibilizó el rol de la ciencia en este país”, protesta hoy Moratorio.

Batthyány menciona estudios que en varias partes del mundo han mostrado lo que en su opinión tiene que ser el camino que Uruguay tome para poder pensar en desarrollarse económicamente. “Todos los países que hoy están ocupando sitios de privilegio, que están tan lejos de nuestra realidad, se han apoyado fuertemente en los sistemas de ciencia, tecnología, innovación para poder desarrollarse”, dice.

Parece una utopía tomada de libros, pero la evidencia indica que los países que invierten en ciencia consiguen un desarrollo económico y social en todas las áreas. “A veces hay un concepto errado en la gente. Y es que los países ricos ponen dinero para que sus científicos hagan ciencia porque son ricos y es exactamente al revés. Son ricos porque en algún momento de su historia decidieron apoyar a la ciencia”, dice el director del Institut Pasteur.

Los ejemplos a mirar, dice, son Corea del Sur e Israel, países que decidieron invertir en ciencia y cambiaron en 30 años la realidad económica y social. Esto lo hicieron con inversiones conjuntas de privados y del Estado. Este esquema de incentivos es compartido por todos los entrevistados, es decir los privados tienen que tomar su rol en los procesos de financiamiento. Así, afirma Batthyány, Uruguay debería de invertir un 4% del PBI en ciencia por 30 años, para poder generar un desarrollo económico sostenido que logre multiplicar por seis el PIB total actual.

—Ahora, no es tan simple. ¿Para poder llegar a eso qué hay que hacer?

—Hay que tomar decisiones en políticas a 30 años, esto implica grandes acuerdos nacionales, acuerdos de Estado, acuerdos políticos. De todos los partidos y que la sociedad realmente esté convencida de eso. Y hay que liderar ese cambio. Y sobre todo hay que saber cómo hacerlo. Por suerte para nosotros ya hay varios ejemplos a nivel mundial que se pueden tomar. Tenemos que adaptarlos a nuestra realidad y de alguna manera por lo menos empezar haciendo pruebas de concepto. Decir, “bueno, por los próximos cinco años voy a probar y ver si me empieza a ir bien”, para después seguir. Hay que generar esa prueba de conceptos para transformarla en una realidad, al Uruguay que imaginamos.

EL VIRÓLOGO PREMIADO. De mala y buena ciencia habla el virólogo Moratorio —quien a fines de 2020 logró relevancia mundial al ser elegido uno de los 10 científicos del año por la revista Nature— para explicar la forma en la que se debe invertir en esta área. Al igual que Radi y Batthyány, Moratorio opina que los científicos tienen que investigar guiados por su instinto.

—¿En qué áreas nuestro país se tendría que centrar?

—El principal error es creer que hay líneas de investigación que son importantes y líneas que no lo son. Toda ciencia, absolutamente toda ciencia, es importante. Para poner unos ejemplos, si no hubiesen existido investigadores que hace 20 años se metieron en las cuevas a entender a los murciélagos, para saber qué virus podrían transmitir, hoy no tendríamos ni la más remota idea del origen del SARSCOV-2. Lo ideal es que los científicos se desarrollen en todas las áreas y que, por supuesto, puedan haber ejes temáticos o grandes paraguas. Pero a veces el darle una dirección, te impide, sin saberlo, el verdadero desarrollo de algo que es guiado netamente por curiosidad y por entender su mecanística. Entonces, me quedo con la idea de que no hay ciencias básicas y aplicadas. Hay buena y mala ciencia. Y tenemos que hacer buena ciencia.

Para este doctor en Ciencias Biológicas es imprescindible entender que estamos en una economía basada en el conocimiento. Y que por eso en esta sociedad “hoy hay que generar conocimiento, porque es generar poder”, sostiene desde España.

Y agrega: “Debemos introducir valor agregado a todos los procesos, eso es lo que le da a un país la capacidad de ser autónomo, de ser soberanos y de no tener que importar todo el tiempo conocimiento y recursos”. Pero también cree que se debe de seguir apostando a que la población en general conozca más lo que pasa con los científicos. “Hay que acercar la ciencia a la sociedad, hay que utilizar términos no técnicos, términos que puedan ser llevados más al piso, a lo fácil de comprender”, afirma Moratorio.

—Después del covid, ¿el gobierno y la sociedad en general sigue sin ver la importancia de la ciencia?

—De la pandemia que vivimos no se visibilizó el rol de la ciencia, sino que simplemente quedó todo preso de lo coyuntural y de una necesidad inmediata de respuestas. Y quedó evidenciado durante la pandemia que en momentos de crisis los mercados se cierran a abastecer primero a las naciones o las regiones a los cuales estos pertenecen.

El científico lanza una imagen clara que todos podemos recordar para fundamentar por qué Uruguay debe invertir más en ciencia. Habla de cuando las vacunas demoraban en llegar, mientras que los países desarrollados ya las estaban suministrando.

Fue en plena madrugada del 26 de febrero con el aeropuerto de Carrasco totalmente detenido, cuando la caja que contenía las primeras 192.000 dosis de la vacuna de Sinovac contra el covid-19 pisó el territorio nacional con la bandera uruguaya colgada afuera. Parecía que llegaba un milagro, la solución a todos los problemas o era el gol que nos hacía clasificar al mundial de forma directa. Los informativos de televisión repitieron el video del aterrizaje una y otra vez, para que no quedaran dudas. Un arribo que fue festejado en un momento, como pocos, de cierta unidad nacional.

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