Montevideo: las seis zonas con más homicidios en diez años
Cerro Norte, Casabó, 40 Semanas, Palomares, Tres Ómbúes y Nuevo París, los puntos más calientes
SEBASTIÁN CABRERA
PCon el narcotráfico y las disputas territoriales entre bandas como telón de fondo, la mayoría de los homicidios ocurren en las mismas zonas de Montevideo. El País analizó y mapeó los datos georreferenciados de homicidios en la última década (2013-2022), a partir de información del Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del
Ministerio del Interior. Y de allí surge que hay áreas específicas de la ciudad, no necesariamente barrios enteros, donde ocurren gran cantidad de homicidios. En el mapa se ven lo que se denomina áreas calientes con alta concentración de crímenes. Son seis áreas: Cerro Norte (hay una zona en particular entre las calles
Haití, Porto Alegre, Puerto Rico y pasajes internos), varios puntos de Casabó, la zona de Los Palomares en Casavalle con el eje de Aparicio Saravia y San Martín como referencia, el 40 Semanas, varios puntos de La Teja-tres Ombúes y, no muy lejos de allí, un área de Nuevo París cercana a Luis Batlle Berres y ruta 5.
El año pasado hubo 217 homicidios en Montevideo según los datos oficiales procesados por El País. Fue el segundo año con más casos después de 2018, cuando hubo 224 asesinatos. Más de la mitad son por ajustes de cuentas o conflictos entre criminales. Los forenses relatan que cambió la modalidad y el tipo de balas. Los “multibaleados”, que antes eran excepcionales, son diarios y hay cadáveres con 10, 20 o 30 orificios: se usan armas modificadas y con un disparo sale una ráfaga. Los delincuentes les dicen “rafagazos” y, según el fiscal Carlos Negro, representan más del 50% de los homicidios. Hoy lo excepcional, relató un forense, es que llegue un muerto con una única herida.
SANJURJO: “LOS ASESINATOS SE CONCENTRAN EN MANZANAS”
Piense en un muro imaginario que divida Montevideo y separe el norte del sur con un límite, pongamos, en Avenida Italia. Las diferencias sociales a medida que uno se adentra en una y otra zona son, claro, profundas. Pero miremos un solo aspecto: la seguridad. De un lado, en el Montevideo sur, los homicidios son algo extraño, más allá de episodios violentos que suceden cada semana: la tasa es muy baja y en algunas zonas tiende a cero, similar a la de cualquier país europeo. Del lado norte los muertos se acumulan: en algunas calles y esquinas la violencia campea y las balas perdidas, esas que pueden terminar con una vida de la forma más injusta, son una realidad casi diaria. Los cuerpos, de personas cada vez más jóvenes, llegan acribillados a la morgue en episodios donde se usan armas de alto calibre. También aparecen, en menor medida, cuerpos calcinados o descuartizados. En algunos barrios la tasa de homicidios es similar o superior a la de México o varios países de América Central.
De las cuatro zonas policiales que existen en Montevideo, dos —la 3 y la 4— concentran el 80% de los asesinatos. En 2022 la seccional policial con mayor tasa fue la 8 (Sayago-prado Norte) con 49,2 homicidios cada 100.000 habitantes, luego la 17 (Casavalle) con 36,8 y la 18 (Villa García) con 36,5. En el otro extremo, las que tuvieron menos homicidios fueron la 9 (Parque Batlle-la Blanqueada) con 1,6 cada 100.000 habitantes y la 10 en Pocitos con 0. Sí: cero.
El fiscal Carlos Negro, uno de los tres que se dedican a los homicidios en la capital, dice que la diferencia en la tasa de homicidios es “tan brutal” que existe un claro riesgo de “guetización” de Montevideo porque la violencia en la ciudad se distribuye de forma “inequitativa”. Algunos expertos hablan del “cinturón de homicidios” en Montevideo y al mirar el mapa eso está muy claro: va desde Casabó
y Cerro Norte, atraviesa La Teja y Casavalle y termina en el noreste, sobre Punta de Rieles y Villa García. El sociólogo e investigador Gabriel Tenenbaum usa esa imagen y dice que las áreas donde ocurren la mayoría de los homicidios “siempre son las mismas; ahí está realmente el problema, es un tema estructural y viene desde hace años”. Y Diego Sanjurjo, coordinador de Estrategias Focalizadas de Prevención Policial del Delito del Ministerio del Interior, lo simplifica así: “Los homicidios se concentran ya no en barrios ni seccionales; son ciertas manzanas de la periferia donde hay mucha drogadicción, todos están debajo de la línea de pobreza y tienen un nivel educativo extremadamente bajo”.
Entonces, si mirar la tasa de homicidios por zonas o seccionales puede ser engañoso, ¿cuáles son las calles y esquinas más peligrosas de la capital? El País analizó y mapeó los datos georreferenciados de homicidios en la última década (2013-2022), a partir de información del Observatorio Nacional de Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior.
Y de allí surge que hay zonas específicas de la ciudad, no necesariamente barrios enteros, donde ocurren gran cantidad de homicidios. En el mapa se ve lo que se denomina áreas calientes, hotspots en inglés, con alta concentración de crímenes en la última década (se puede consultar en la versión web de esta nota). Son seis: Cerro Norte (hay una zona en particular entre las calles Haití, Porto Alegre, Puerto Rico y pasajes internos), varios puntos de Casabó, la zona de Los Palomares en Casavalle con el eje de Aparicio Saravia y San Martín como referencia, el 40 Semanas, varios puntos de La Teja-tres Ombúes y, no muy lejos de allí, un área de Nuevo París cercana a Luis Batlle Berres y ruta 5.
El fenómeno del aumento de la violencia a veces se simplifica como “guerra de bandas”. No todos los homicidios son por
¿Dónde mueren más? Cerro Norte, Casabó, Palomares, 40 Semanas, zonas de Tres Ombúes y de Nuevo París.
eso, y ni siquiera está tan claro que sean la mayoría. Pero es un hecho que en varias de estas zonas hay bandas o clanes familiares con peso.
El consultor en seguridad Edward Holfman asegura que en la capital estamos “ante la cuarta generación de narcos; es mucho más violenta y expandida”.
Hoy, según supo El País, la Policía tiene identificadas 46 bandas vinculadas al microtráfico en el área metropolitana (“es una cifra que va fluctuando según cómo intervenimos sobre los grupos criminales”, dice una fuente oficial), algunas más arraigadas y otras que aparecen y desaparecen. Son grupos que a su vez dependen de distribuidores por encima de ellos.
Pero veamos algunos ejemplos. Desde Cerro Norte mandan Los Suárez, un grupo liderado por Luis Alberto “Betito” Suárez, quien empezó en la década de 1990 con hurtos y en los 2000 giró al narcotráfico. El grupo, dicen fuentes policiales a El País, tienen varios “subclanes” que manejan sus bocas, dirigidos entre otros por sus hermanos, “el Ricardito” Cáceres y Lorena “Loli” Suárez. Ellos dos están presos, Betito salió libre el verano pasado.
En Casabó, tal como publicó El País en marzo, está la banda de El Manolo. En el 40 Semanas los Algorta y los Delfino, en Marconi (cerca de Casavalle) los Kamala y en el Borro Los Bartolo. Los Chingas, hace no mucho fuertes, hoy tienen un poderío casi testimonial pues sus principales integrantes están presos o fallecieron. Era un clan familiar de Los Palomares de Casavalle, que en la década pasada desalojó de sus casas a unas 100 personas.
Por estos días toda la atención de las autoridades está en Villa Española, donde hay una disputa por el territorio entre dos familias de arraigo en la zona desde hace más de 15 años: los Albín y la banda de Los Pibitos o Los Suárez (que no son los del Cerro). Allí las nuevas generaciones tienen códigos de violencia que las anteriores no, según dicen fuentes policiales a El País.
LOS HOMICIDIOS EN CIFRAS. Bien al sur y bien al norte están las dos situaciones más complejas del país en cuanto a la inseguridad. En 2022 la tasa de homicidios de Montevideo —que, en comparación con otros delitos, es la más real porque no existe subdeclaración— fue la segunda más alta del país, solo superada por Rivera: 15,6 homicidios cada 100.00 habitantes en la capital contra 16,4 en el departamento del norte.
La tasa nacional fue de 10,8, de las más altas de América del Sur. Arriba están solo Venezuela, Colombia, Brasil y Ecuador.
Hace unos días se conoció el Estudio Global de Homicidios 2023 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por su sigla en inglés), donde Uruguay aparece mencionado junto con Ecuador y Chile como casos problemáticos en homicidios y crimen organizado. Y, en una selección de 45 países, Uruguay está segundo en porcentaje de homicidios por crimen organizado, detrás de Jamaica.
Según los datos del Ministerio del Interior hasta setiembre, en Montevideo el 57,2% de los homicidios entró este año en la categoría “ajustes de cuentas/conflictos entre criminales”, algo vaga dicen especialistas. Pero una década antes, en 2013, era apenas el 33,5%.
¿Y cómo evolucionaron las cifras globales de homicidios en la última década en la capital? En 2013 fueron en total 164 y en 2022, 217. Fue el segundo año con más ca
sos de la historia, detrás de 2018, cuando hubo 224 asesinatos.
LOS “RAFAGAZOS”. Los forenses relatan que los muertos —jóvenes, varones y pobres, ese es el perfil— son cada vez más pero también cambió la modalidad y el tipo de balas. Hace muchos años eran casi todos proyectiles calibre 22: “Hoy no encontrás un 22 ni en un cumpleaños de 15”, ironiza un forense. Como las armas son poderosas, muchas veces los proyectiles no quedan en los cuerpos: entran y salen.
Pero además los “multibaleados”, que antes eran casos excepcionales, hoy son diarios y hay cadáveres con 10, 20 o 30 orificios: se usan armas modificadas y con un disparo sale una ráfaga.
Ahora lo excepcional, relata un forense, es que llegue un muerto con una única herida.
El fiscal Negro también habla de “las famosas ráfagas” o, como dicen los delincuentes, “los rafagazos” en los barrios periféricos y dice que representan más del 50% de los homicidios. Negro pone un ejemplo: “Pasan dos en una moto y uno de ellos lleva una pistola semiautomática Glock transformada en automática con un mecanismo clandestino que hace un armero”. Esa arma se transforma en una metralleta que desde lejos dispara 25 o 30 disparos por segundo. “Claro, eso ocasiona la muerte del objetivo pero también de gente inocente en la zona que recibe una bala”, dice el fiscal.
Los cuerpos carbonizados, generalmente para intentar ocultar pruebas, también son habituales, aunque no tanto como los multibaleados. ¿Y los descuartizamientos? Suceden pero mucho menos de lo que parece. “Yo le quitaría la nota de crueldad porque muchas veces se da para ocultar el cuerpo” y no como un mensaje mafioso, dice Negro. “Algún caso hay sí pero no es lo habitual”, afirma el fiscal. Para el consultor Holfman, ocurren por ambas cosas: para borrar pruebas pero también para dar un mensaje hacia adentro y afuera de la organización, lo que genera “poder y marcar territorios” como un sello de los grupos criminales.
Una norma de la última Rendición de Cuentas que entra a regir el próximo año agrava la pena para los homicidios cuando hay descuartizamientos. Sobre esto los fiscales discrepan “porque si se descuartiza un cadáver es un cuerpo sin vida y entonces el homicidio no tiene nada que ver; es un error jurídico grave”, opina Negro.
¿HAY UNA GUERRA?. El año pasado cerca del 80% de todas las víctimas de homicidios tenían antecedentes penales o habían tenido problemas con la ley, según los datos oficiales. Lo que crece, dice Sanjurjo, asesor del Ministerio del Interior, es el homicidio interdelictivo, o sea homicidios que los cometen y los sufren personas asociadas a la delincuencia.
Pero Sanjurjo opina que este fenómeno no solo puede asociarse al narcotráfico o a los problemas entre bandas: “En realidad, una minoría de los ajustes de cuentas tienen como causa una deuda asociada al narcomenudeo. La mayoría se matan entre sí por razones muy variadas: puede ser por temas de drogas pero en la mayoría de los casos son por peleas, porque uno le sacó la novia al otro, le faltó el respeto, porque baleó a un amigo y cosas así”.
Negro y Tenenbaum coinciden bastante: no todo es guerra entre bandas, más allá de que a veces la propia Policía lo diga. “No es lineal, aunque incide”, dice el fiscal, “hay muchos homicidios por revancha o rivalidad de grupos familiares por disputa de territorio que no siempre tiene que ver con tráfico”. La pelea es quién manda en el lugar.
Para Holfman, cuando se generaliza y se habla de ajustes de cuentas se incluye desde la pelea por el territorio entre bandas hasta los asesinatos a los deudores de las bocas. “Te podés imaginar que en esos lugares no te fían y no te dan en consignación: si uno no paga y se vuelve cotidiano, genera problemas para el negocio y además el de la boca siempre tiene un jefe que pasa y levanta la plata”, dice el experto.
Tenenbaum, profesor adjunto del Departamento de Sociología de la Udelar, advierte que hablar de guerras entre bandas como única explicación para el alza de homicidios muestra “mucha ingenuidad e ignorancia”. El sociólogo sí cree que el aumento de los casos desde 2012 pero sobre todo desde 2018 está relacionado “al mercado de las drogas ilegales, pero dentro de eso hay muchas cosas”. Y la radicalización de la forma de matar “se vincula a prácticas del crimen organizado”, afirma el especialista.
El fiscal Negro dice que no es casualidad que Montevideo y Rosario, ambas en la hidrovía, “están explotando en materia de violencia”. Las dos ciudades tienen puertos de salida de la droga de Bolivia y Paraguay y, dice Negro, “son las dos más complicadas” en la zona a nivel de violencia y narcotráfico. En esa misma línea, el periodista argentino Germán de los Santos, autor del libro Rosario: La historia de la mafia narco que se adueñó de la ciudad,
dice que Montevideo empezó a mostrar algunos síntomas similares a los que surgieron en Rosario hace una década (ver recuadro en esta página).
Otro dato: los homicidios con motivos no aclarados rondan el 50% en Montevideo y eso también está vinculado a la violencia entre grupos familiares. El fiscal Negro explica así por qué es difícil encontrar a los culpables: “Son homicidios que se cometen, no por la pasión del momento, sino con cierta planificación; se ponen cascos y pasan en moto, eligen zonas donde no hay cámaras, se van rápido y de noche”. Sanjurjo agrega que entre las familias de las víctimas hay “personas que no piden ayuda, que no colaboran con la Justicia, que no quieren que el Estado los proteja; así es difícil investigar”.
Para Negro, hay que asumir las consecuencias de la política de encierro indiscriminado y menciona la derogación en la LUC de la suspensión condicional del proceso, que posibilitaba penas alternativas a la prisión en delitos de poca entidad y se eliminaban los antecedentes penales. “Fue un grave error del legislador que ocasionó un incremento de los presos; más el ingreso de drogas a la cárcel con penas altísimas”, dice el fiscal. Hoy las personas salen de la cárcel “más violentas, duplicando el problema que tenían” antes de entrar.
El encierro masivo, el poderío de las armas y la criminalidad de los grupos familiares son, a juicio del fiscal, tres factores principales que terminan arrojando los números actuales de homicidios en la capital y alrededores.
—Con este escenario, cuesta imaginar un panorama que mejore en cuanto a los homicidios.
—No hay ningún dato que indique que vayan a bajar —dice Negro—. No hay evidencia. Uno solo puede tener esperanzas o hacer un voto de fe.
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