La corrupción
JUAN MARTÍN POSADAS
El asunto de la corrupción es como las mareas: tiene flujos y reflujos; tanto en el periodismo como en el ambiente público, y no solo al ritmo de los tropezones o caídas de alguna figura política de renombre sino, generalmente, al impulso de las posibilidades que ofrece para el ataque político. La sensibilidad ética pura y simple, la indignación sin segundas intenciones, en los tiempos que corren, son cada vez más escasas
Lo que acabo de exponer es bastante fácil de entender; sin embargo las circunstancias de los tiempos que vivimos hacen necesario concretar más. Como se dice en la frontera: hay que dar nome a os bois; después de la generalización hay que bajar a lo concreto. Veamos.
Una cosa son las fallas morales personales de algún actor político (que el Diputado tal le pega a su mujer o que el Senador cual es pederasta) y otra cosa son las faltas de aprovechamiento criminal de las condiciones generales (que la Diputada tal se haga asistir en el Hospital Policial o el Militar a cuenta de su parentesco con el ministro correspondiente, o que el Director de una Comisión binacional haya utilizado las larguezas del presupuesto del organismo que preside para proselitismo político partidario).
La diferencia es bastante clara: quizás se pueda entender o percibir un poco mejor esa diferencia entre la corrupción personal y la corrupción sistémica si miramos lo que pasa del otro lado del río, en la vecina República Argentina. Allí se ve, establecida y aceptada, la corrupción sistémica, o sea, una que habita el propio sistema. Un solo ejemplo: las constituciones provinciales se han ido reformando en el correr de los años, a impulsos de los respectivos gobiernos provinciales, para legalizar la reelección indefinida del cargo de gobernador. Hay casos como Santiago del Estero o Formosa donde el gobernador es el mismo hace veinte años (y podrá seguir siendo reelecto). Eso es corrupción sistémica.
El Instituto Di Tella señala respecto a la Argentina que, en las condiciones actualmente imperantes y establecidas, el conocido reclamo de la indignación popular de “que se vayan todos” carece de sentido, porque el problema no es la catadura moral de los políticos de hoy (o los de ayer, o los que vendrán), sino los incentivos ya establecidos (sistémicos) a los que los sucesivos actores políticos han respondido, agregándose la capacidad casi ilimitada que tienen para modificar y ampliar ese sistema en beneficio propio o del Partido.
El asunto de la corrupción en nuestro país se ha vuelto chisme salaz o arma política; las denuncias son frecuentemente hipócritas, encaminadas hacia la prensa más que hacia los juzgados y se supeditan al rendimiento que pueda obtenerse en ese uso subalterno. El accidente automovilístico fatal protagonizado por un edil embriagado no tiene nada de político: su utilización política es una vulgar (y frecuente) chantada. El sistema no avala ni facilita ese tipo de conducta.
Para que la lucha por la moralidad pública y contra la corrupción sea efectivamente eso y no otra cosa, hay que despersonalizarla, hay que atender a lo sistémico. Eso no quiere decir proteger a nadie ni abogar por el disimulo, sino sustraerle al asunto su carácter anecdótico, pasajero.
El asunto de la corrupción en nuestro país se ha vuelto chisme salaz o arma política.
EDITORIAL
es-uy
2023-09-17T07:00:00.0000000Z
2023-09-17T07:00:00.0000000Z
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