Sordera y el mundo
María José Petrella | Montevideo
@| El 21 de septiembre se conmemoró en Uruguay el Día de la Persona Sorda, en el marco de la Semana Internacional de la Persona Sorda.
No son fechas de celebración.
En Uruguay, las leyes que deberían proteger a los sordos ni siquiera se cumplen. Y la misma sociedad que habla de inclusión y tolerancia, los desprecia e incluso los maltrata.
Tengo una hija de 30 años, Julieta, y desde que nació he transitado un largo recorrido: primero para saber que era sorda; luego para entender todo lo que eso significaba; y hasta ahora, librando batallas cotidianas con la Asociación de Padres y Amigos de Sordos del Uruguay (APASU), para hacer que este mundo sea más generoso para ellos.
Hoy tengo el sabor amargo de ver cómo esta sociedad no ofrece oportunidades a los sordos para soñar libremente; no sabe lo que es “empatía”; y pisotea a ese “otro” que es mi otro: mi hija y la comunidad sorda.
La “integración” es mentirosa e hipócrita. En lo laboral, conozco cientos de casos que me permiten afirmar que no se cumple con el 4% de inclusión de personas con discapacidad que establece la ley, porcentaje que no favorece a los sordos, que son más rechazados por las dificultades de comunicación, el desconocimiento de su lengua y porque no se quieren hacer las adaptaciones necesarias para incluirlos.
Expongo el caso de mi hija porque es el que he vivido, porque soy una madre que apapacha a sus hijos, y porque es ejemplo de un patrón que se repite con todos los sordos.
Para Julieta, la vida estudiantil y laboral fueron tormentosas carreras de obstáculos.
De niña conoció más consultorios que plazas; renunció a horas de juegos por citas con especialistas; la tildaron de no ser capaz; le recetaron Ritalina para compensar un supuesto “déficit atencional”.
Muchos maestros no la educaron, sino que la traumaron al poner palos en las rueda en lugar de potenciar las capacidades que luego demostró tener, como inteligencia y resiliencia.
La Secundaria le dio educación general, pero pese a sus esfuerzos no la pudo terminar porque para su orientación, científica, no había intérpretes en Lengua de Señas Uruguaya (LSU) en todas las materias, y solo logró terminar 5° año.
Julieta jamás tiró la toalla: hizo cursos de animación de juegos con señas, Gastronomía en UTU, computación en Bios, cursos de Inefop y Administración en UTU, donde ocurrió algo insólito: cuando fue a dar uno de los exámenes obligatorios, la intérprete no compareció. Lo dio igual y sacó 6, la nota mínima para salvar. Pero un profesor insistió en que debía pasar a oral, algo imposible sin intérprete… Nunca pudo dar la materia.
Si el ámbito estudiantil es hostil para un sordo, el laboral es el infierno. Primero es muy difícil que le den la oportunidad, y cuando se la dan, la incomprensión y el destrato del entorno terminan por expulsarlos.
Por eso lo que hoy tengo para decir es triste e indignante:
Los sordos en Uruguay están atravesados por la vulnerabiliad; persisten prejuicios absurdos como que no son seres pensantes, siendo que la mayoría tiene la “desdicha” de ser inteligentes y se dan cuenta del desprecio y discriminación de que son víctimas.
Las leyes no los amparan y el paradigma de justicia social hace agua por todas partes.
Hay personas sordas preparadas y evolucionadas a las que se trata como a extraterrestres en su propia tierra.
Esta es mi denuncia con la que trato de dar voz a quienes no la tienen.
Estoy cansada de escuchar burradas y discursos huecos. Los uruguayos deberíamos ser capaces de mirar al costado y ver a quién tenemos al lado, y entender que sus silencios no son antipatía o indiferencia, sino que esconden historias invisibles y silenciadas, y que eso que llaman “minoría” son personas como ellos.
Seguiré luchando para que mi grito se replique; que se sepa que hay una comunidad atravesada por la incapacidad de la sociedad que, deliberadamente, no los hace ver y sentirse parte de ella.
ECOS
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2023-09-27T07:00:00.0000000Z
2023-09-27T07:00:00.0000000Z
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El Pais Uruguay
