El Pais Uruguay

SERGIO BLANCO Un hechizo para lidiar con lo que ya no está

El dramaturgo uruguayo habla de Tierra, su nueva obra que agota funciones en el Sodre

BELÉN FOURMENT

En una obra de Sergio Blanco, (casi) siempre hay esto: un epílogo, algunos actos, un prólogo; visuales, textos sobreimpresos, instrumentos, música, actores que nunca abandonan la escena, oraciones como “Es hermoso”, una anécdota personal que sostiene un tema universal, muchas preguntas, algunas respuestas. Y un mecanismo de goteo: las cosas pasan, pasan, pasan y, en un momento, el espectador está inundado de una emoción profunda, prístina, inexplicable.

Tierra, su última obra, cumple con esos requisitos. En clave de autoficción (mezcla de elementos autobiográficos y ficcionales), Blanco —dramaturgo y director uruguayo de reconocimiento intercontinental— aborda la muerte de su madre, la docente Liliana Ayestarán, pero también dialoga con el arte, con la forma de mirar. Es una obra sobre el duelo, o sobre aquello que hacemos con la ausencia.

Estrenada el jueves en la Sala Balzo del Auditorio Nacional del Sodre, agotó 11 funciones y acaba de agregar tres más, para este sábado a las 18.30 y lunes y martes a las 21.00; entradas en Tickantel. Protagonizan Andrea Davidovics, Soledad Frugone, Tomás Piñeyro y, en el rol de Blanco, Sebastián Serantes, ingreso de último minuto en sustitución de Gustavo Suárez, cuya salida se explicó “por decisiones personales y en acuerdo con la producción”.

Luego repondrá en abril y emprenderá una gira de dos años con fechas confirmadas en Europa y América Latina, y chances de ir a Asia. Blanco tiene la agenda encaminada hasta 2025: el año que viene se estrenarán, en el mundo, más de 50 versiones de sus obras; acompañará apenas un puñado. A cinco días haber estrenado

Tierra y a punto de volver a París, donde vive, Blanco charló con El País. Este es un extracto de la entrevista.

—De niño me fascinaba la Epifanía, los Reyes Magos, esos seres que eran como el escalafón superior del mundo real e irreal: los Reyes, los que tienen el poder máximo de la tierra, y los magos, los que tienen el poder máximo en el más allá. La unión de esos mundos me resultaba maravillosa. Te diré que es mi primera entrada con la magia, pero no tengo un vínculo particular. Sí creo en las leyes de lo inexplicable.

—Y me parece que el teatro, en parte, es eso. Que conecta con el mundo de los hechizos, de la magia, del truco. Creo que todo procedimiento teatral tiene algo de truco, y que lo que más seduce a cualquier espectador es ese vacilar que propone el acto teatral, donde confluye lo real y lo irreal. En ese famoso “ser o no ser” de Hamlet, yo estoy convencido de que lo que Hamlet quiere decir es “ser y no ser”: el teatro es eso.

—Están siempre, sí. Eso acentúa la dimensión de una presencia que está allí, pero que al mismo tiempo desaparece. El trabajo del intérprete en el teatro es una carne que está aquí y ahora, pero en nombre de otra carne, que es ese personaje que va a representar. Y en eso es muy político el estatus del cuerpo: ¿qué es un cuerpo?, ¿qué es el cuerpo del otro? El cuerpo del espectador es el único real y presente, y el del intérprete está siendo real e irreal. El personaje finalmente nunca está, es evocado por ese cuerpo. Volvemos al hechizo.

—Un mes antes del estreno.

—Nunca me había pasado, fue una situación muy compleja, y hubo que lidiar con eso. Pero se logró porque había un equipo muy fuerte de los otros actores, los diseñadores, la producción, y también por una persona como Sebastián. Solamente una persona con quien uno tiene mucha confianza, un gran actor con esa técnica y solidez puede empezar un trabajo y, en un mes, llegar a donde llegó.

—Desde el principio. Quería lograr una presencia a la que se accedía por su ausencia, esa idea de que las ausencias se palpan. Cuando empecé a escribir esta obra —en enero del 2023— supe que iba a girar en torno a la figura de Liliana, pero que ella iba a aparecer por medio del recuerdo, de la evocación. Porque de alguna manera el duelo es eso: construir un vínculo con alguien que ya no está, desde otro lugar. Con zonas desgarradoras, pero también con zonas muy bellas. Porque el duelo es algo muy bello. No es algo que destruye: es algo que redibuja lo vincular.

—Es algo que ya tenía hecho. En 2019 perdí a un gran amigo, grande de los grandes, y fue el primer gran duelo que tuve que hacer en los últimos años. Y ahí ya empecé a experimentar que había algo muy triste, muy desolador, pero también una belleza. Quizás por esa necesidad mía de encontrar permanentemente la belleza y porque no hay que esperar que la belleza venga, sino que hay que ir a construirla. Todo puede ser bello, aún lo más terrible. Y de algún modo, la muerte de ese amigo me preparó para esto. Quizás esa es una bella definición de la amistad.

—Cuando nací, mamá estaba pasando su tesis y me hablaba mucho en griego antiguo: fue la primera lengua que yo escuché. Y de alguna manera, eso creó un vínculo muy fuerte entre nosotros. Sin lugar a dudas. Hay algo que dice la obra que es, para mí, una de las frases más desgarradoras: “Nunca hablé con mamá de Emily Dickinson. Daría la vida por poder hacerlo”. ¡Y eso es verdad! Cómo con mamá, con la que yo pasé 50 años de mi vida hablando de literatura, de poetas, de novelistas, de ensayistas, de dramaturgas, de dramaturgos; con la que nos veíamos mucho, venía todos los veranos a París, recorrimos el mundo entero viendo teatro, ópera, museos; compartíamos lecturas. ¿Cómo nunca hablamos de Emily Dickinson? Es algo extraño, y yo realmente daría la vida por sentarme con ella y que me hablara, porque era un placer oírla hablar. Y su lectura. Tenía una cosa extraordinaria Liliana y es que, para ella, interpretar un texto era reconocer la cantidad de significados que tenía.

—De Sófocles, Dante, Shakespeare, Baudelaire, Vargas Llosa, Sor Juana Inés de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y Onetti. Vivíamos hablando, leyendo, releyendo; quizás fue la persona que me enseñó a releer los textos. Creo que le debo muchísimo; creo que toda persona le debe muchísimo a su madre. A veces la sociedad en la que vivimos, tan machista y sexista, acentúa la figura paterna, y a la madre la llevamos al tema del cariño, la ternura. Yo creo que todo está en las madres, que el padre siempre está ausente de algo. Las madres son las que nos traen, nos contienen, nos paren, nos alimentan, nos cuidan, nos calman, nos enseñan. Las que están. Volvemos al principio: es un vínculo mágico, no responde; es una carne que sale de la carne, un desprendimiento. Y cuando uno pierde a su madre, queda una soledad profunda. Porque nuestras madres nos protegen, aún a 13.000 kilómetros. Yo viví más tiempo lejos de mamá que cerca, pero sentía esa protección: un año antes de morir, me seguía diciendo: “por favor, cuidado al cruzar la calle”.

—Se divirtieron mucho. Tienen muy claro lo que es el campo de la ficción; saben que es una reproducción del mundo y que se crea una distancia, que no es el mundo. Eso en El bramido les permitió vivirlo con mucho humor, y lo mismo me pasó ahora con papá, cuando tuvo que venir a ver Tierra. Me dijo una cosa hermosa: es tal el dolor de la muerte real que la reproducción del duelo no produce dolor. Es una bella definición del arte, ¿no? Y por eso es tan importante: porque nos emociona desde una distancia, nos permite llorar por un dolor que no es real. (...) El espectáculo es muy tramposo: empieza con una canción violenta, “bad guy” (de Billie Eilish), y el trayecto es cómo llegar de esa violencia, a la ternura. Por eso el principio es desconcertante: porque la muerte es algo que te interrumpe. En la obra hay un reconectar con la vida entendiendo que, finalmente, nuestros muertos no quieren que nos olvidemos de ellos. Y quizás un duelo es eso: no olvidar a un muerto, sino hacerle un lugar en el mundo.

“Tierra” es la obra que escribió tras la muerte de su madre; irá hasta el martes.

“Quizás un duelo es eso: no olvidar a un muerto, sino hacerle lugar en el mundo”.

ESPECTÁCULOS

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2023-11-29T08:00:00.0000000Z

2023-11-29T08:00:00.0000000Z

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